S de Literatura
viernes, 4 de noviembre de 2016
[Libros]
El Reino de este mundo - Alejo Carpentier
1984 - George Orwell
Un mundo feliz - Aldous Huxley
Alicia en el país de las maravillas - Lewis Carroll
Farenheit 451 - Ray Bradbury
Los viajes de Gulliver - Jonathan Swift
El túnel - Ernesto Sábato
El enigma de París - Pablo de Santis
Lobo estepario - Herman Hesse
El retrato de Dorian gray - Oscar Wilde
Las ventajas de ser invisible - Stepen Chbosky
La ciudad y los perros - Mario Vargas Llosa
Juguete rabioso - Roberto Arlt
El conquistador - Federico Andahazi
jueves, 6 de octubre de 2016
[TUTORÍA] Guía III
“Not all
who wander are lost”
“No todos los que vagan están perdidos”
J.R.R. Tolkien
Guía III
Fecha de entrega: 14/10 (Viernes).
Modalidad: Individual.
The art of
getting by (2011)
a)¿Cuál es el tema principal de la película? ¿De qué trata
realmente?
b)¿Cuál es la postura de George sobre la vida al inicio de la
película? ¿Y al final? ¿Qué cambia? ¿Por qué?
c)¿Estás de acuerdo con algunas actitudes, posturas o
pensamientos de George? ¿Cuáles? ¿Por qué?
d)Leer con atención el “El recorrido del héroe” y, tomando a
George como héroe, explicar su recorrido y ejemplificarlo con el comentario de
escenas de la película.
e)¿Cuál es tu opinión personal sobre el apartado “El viaje
interior”?
f)“Cada uno de nosotros contiene en su interior un héroe a la
espera de una llamada. El héroe acude a la aventura e inicia su viaje. Durante
el mismo supera una serie de retos y desafíos en el que aprende valiosas
lecciones. Finalmente, regresa al lugar de inicio transformado, habiendo
ascendido en su interior a lo largo de una espiral de crecimiento. A lo largo
de nuestras vidas realizamos varios de estos ciclos mientras evolucionamos”
Reflexionar: ¿En qué parte del viaje creés que estás?
“Nuestro destino nunca es un lugar si no una nueva forma de
ver las cosas”
Henry Miller.
EL RECORRIDO DEL HÉROE
El viaje del héroe es la historia más antigua jamás contada.
Es un patrón que se repite a lo largo del tiempo y de las culturas de la
humanidad. Describe las diferentes etapas del camino que lleva a un ser humano
a encontrarse a sí mismo mediante su interacción con el mundo del que forma
parte. Un viaje interior del ser humano en su propio autodescubrimiento.
El mitógrafo Joseph Campbell recogió su propia
interpretación de este recorrido en su libro “El héroe de las mil caras”, en el
que describe este patrón narrativo común a tantos mitos culturales. Este patrón
se resume en la tríada: separación, iniciación y retorno. Puede ser aplicado a
cualquier novela, cuento, historia o película.
Las doce etapas del viaje del héroe
1. El mundo ordinario: el mundo normal del héroe antes de que
la historia comience. El héroe comienza en su vida cotidiana en su mundo
conocido. Todo le resulta familiar y estable. Se siente cómodo. Concibe la vida
de una manera determinada.
2. La llamada de la aventura: En un momento dado, al héroe se
le presenta un problema, un desafío o aventura, y es entonces cuando debe
decidir si responde a la llamada o no.
3. Reticencia del héroe o rechazo de la llamada: Por miedo al
cambio o a lo desconocido, o por apego a lo conocido, el héroe rechaza la
llamada. Prefiere seguir en su mundo cotidiano, en la comodidad y en la
familiaridad.
4. Encuentro con el mentor o la ayuda sobrenatural: El héroe
encuentra alguien o algo que le lleva a aceptar finalmente la llamada. Recibe
más información sobre la aventura o realiza algún importante aprendizaje que le
anima a responder al desafío.
5. El primer umbral: A través del primer umbral, el héroe
abandona su mundo ordinario para entrar en un mundo diferente, especial o
mágico. Se adentra en lo desconocido y deja atrás lo familiar.
6. Pruebas, aliados y adversarios: Mientras recorre su camino,
el héroe se enfrenta a una serie de pruebas, encuentra aliados en su aventura y
se topa con sus adversarios. Mientras lo hace, aprende las reglas de ese nuevo
mundo.
7. Acercamiento: El héroe avanza en el camino cosechando sus
primeros éxitos. Supera las pruebas que se le van presentando, hace nuevos
aprendizajes y establece nuevas creencias.
8. Prueba difícil o traumática: El héroe se enfrenta a su
primera crisis en una prueba a vida o muerte.
9. Recompensa: Tras su encuentro con la muerte, el héroe se
sobrepone a sus miedos y obtiene a cambio una recompensa.
10. El camino de vuelta: Superada la gran prueba y ya con el
botín, el héroe emprende el camino de regreso al que fue su mundo ordinario.
11. Resurrección del héroe: El héroe se enfrenta de nuevo a una
segunda prueba a vida o muerte en la que debe utilizar todos los recursos y
aprendizajes que recogió por el camino.
12. Regreso con el elixir: El héroe regresa a casa con la
recompensa y la utiliza para ayudar a todos en su mundo ordinario, que ahora se
ha transformado como resultado de su propia transformación durante el viaje.
Campbell describió el recorrido del héroe como un
ciclo donde primero se abandona, se es atraído, arrastrado o se avanza
voluntariamente lejos del hogar internándose en un mundo lleno de amenazas y
pruebas; para esto debe cruzar el primer umbral, donde puede encontrar una sombra, guardián, dragón o hermano que se le
opone y debe derrotar o conciliar. Luego puede entrar vivo o descender a la
muerte en un reino de oscuridad, o mundo de fuerzas poco familiares,
pero íntimas, algunas de las cuales le amenazan.
El héroe tiene que resolver
pruebas o acertijos, en ocasiones con la ayuda o guía de un mentor.
En la cúspide de su aventura se le presenta una prueba suprema y
recibe su recompensa, está puede ser un matrimonio sagrado (que
representa la resolución del complejo
de Edipo), el reconocimiento del padre-creador, la propia divinización o
también, si las fuerzas permanecen hostiles, el robo del elixir (o su
desposada). Hacia el final emprenderá el regreso, ya sea como emisario o
como fugitivo. Al llegar al umbral del retorno, dejará atrás a
sus rivales, emergiendo del reino de la congoja o resucitando y
trayendo el don que restaurará al mundo
“El verdadero viaje del descubrimiento no consiste en ver
nuevos paisajes sino en tener nuevos ojos.”
Marcel Proust.
El viaje interior
Siempre me pregunté por qué la gente viajaba. Pensaba que
era algo estúpido. Te vas y cuando volvés estás donde estabas y tenés menos
plata. Fue algún tiempo después, en mi primer gran viaje, cuando descubrí que,
cuando volvés, volvés al lugar desde el que te fuiste pero algo cambió. Vos
cambiaste. Sos diferente. El viaje te transformó
El verdadero viaje es un viaje interior.
“… desde el punto de vista espiritual, el viaje no es
nunca la mera traslación en el espacio, sino la tensión de búsqueda y de cambio
que determina el movimiento y la experiencia que se deriva del mismo. En
consecuencia, estudiar, investigar, buscar, vivir intensamente lo nuevo y
profundo son modalidades de viajar o, si se quiere, equivalentes espirituales
del viaje. Los héroes son siempre viajeros, es decir, inquietos. El viajar es
una imagen de aspiración, dice Jung, del anhelo nunca saciado, que en parte
alguna encuentra su objeto. Señala luego que ese objeto es el hallazgo de la
madre perdida. Pero el verdadero viaje no es nunca una huida ni un
sometimiento, es evolución. Viajar es buscar. Así, en general, diríamos que el
viaje a los infiernos simboliza el descenso al inconsciente, la toma de
conciencia de todas las posibilidades del ser. En cambio el viaje al interior
de la tierra es el retorno al seno de la madre…”
—Eduardo Cirlot
Pueden volver a ver la película ACÁ
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Cualquier duda o pregunta, en los comentarios
Saludos, chicos.
martes, 17 de mayo de 2016
[TUTORÍA] Guía Nº 1: El dador de recuerdos.
Guía I
El dador de
recuerdos
(The Giver, Phillip
Noyce, 2014)
Fecha límite de entrega: viernes 20 de Mayo de 2015.
1.
Analiza las ventajas y desventajas de la
Comunidad de Jonas. ¿De qué maneras la comunidad en la que vive Jonas parece
ser una utopía? Hacé una lista de ellas. ¿Por qué estas cosas parecen
contribuir a la “perfección”?
2.
¿Cómo se percibe el concepto de familia en la
Comunidad y cuál es su función?
3.
Compara la relación que Jonas tiene con el Dador
de recuerdos con la relación que tiene con su madre, su padre y su hermana.
4.
Explica qué importancia tiene el uso del
lenguaje en la película.
5.
Explicá por qué los sentimientos y los recuerdos
han sido eliminados de la comunidad de Jonas.
6.
Explica cómo funciona la selección y asignación
de trabajos y tareas en la comunidad de Jonas. ¿Estás de acuerdo con la idea?
7.
¿Por qué Jonas es alienado de sus amigos después
de haber sido elegido como el siguiente “Recibidor”?
8.
Ser un Recibidor ¿Es un honor o un castigo? ¿Por
qué?
9.
¿Qué sucedió con el recibidor anterior a Jonas?
10.
¿Cómo se plantea la idea de muerte en la
película? ¿Por qué?
11.
¿Qué ha resignado la gente en la comunidad de
Jonas a cambio de vivir en un “ambiente seguro”?
12.
¿Por qué la película al inicio está en blanco y
negro? ¿Qué produce el cambio?
13.
¿Qué decide Jonas cerca del final de la
película? ¿Qué lleva con él? ¿Por qué?
14.
¿Cuáles son los valores que podés recuperar de
la película? ¿En qué momentos los evidenciás?
15.
¿Elegirías vivir en una comunidad como la de
Jonas? Argumentá tu respuesta, sea positiva o negativa.
16.
“Cuando la gente tiene la libertad de elegir,
elige mal”. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación? Argumentá tu respuesta, sea
positiva o negativa.
Para volver a ver la película:
jueves, 12 de mayo de 2016
jueves, 5 de mayo de 2016
La identidad cultural de los argentinos. Qué nos distingue.
I. Nosotros y el mundo
No somos sólo lo que nos distingue
Es difícil hablar de la cultura argentina o de la identidad
argentina. Hay enormes diferencias culturales entre un coya, un sanjuanino, un
correntino, un chubutense o un porteño. No obstante, los medios de
comunicación, el turismo interno y la movilidad laboral hacen que algunos
rasgos se generalicen. Y esto es un fenómeno que se ha producido sobre todo el
los últimos 20 años. En 1990, un joven de Alpa Corral -un puebito de 800
habitantes en las sierras de Córdoba- comparado con un joven porteño
parecía un ser de otro planeta. Hoy no es así. Se produce sobre todo un
contagio de ciertas notas culturales propias de la zona central del país
–especialmente de Buenos Aires- en el interior del país. En cambio, la
presencia de mucha gente del interior en las villas de Buenos Aires y del gran
Buenos Aires no ha modificado la cultura del porteño, como no lo hace la
presencia de paraguayos.
Una segunda precisión que conviene hacer es que hoy no se
puede hablar de una identidad argentina prescindiendo de las características de
la época en que nos toca vivir. Cuando se pregunta por la identidad de alguien
se puede correr el riesgo de pensar sólo en lo que es diferente, distintivo,
original. Pero en realidad la mayor parte de lo que somos la tenemos en común
con otros, sobre todo en esta época globalizada. Por eso es imposible pensar en
una identidad argentina separando sólo aquellas características que nos
diferencias de otros pueblos y culturas. Eso no sería el argentino, sería una
construcción parcial y mentirosa.
Por eso, para hablar de la identidad argentina, lo primero
es ubicarla en el contexto de las características del ser humano posmoderno.
Estamos acostumbrados a hablar de nuestra época con tono negativo.
Reconocemos los avances científicos pero destacamos una degradación cultural y
moral. Sin embargo, esa no es la única verdad, porque todas las épocas tienen
aspectos oscuros y valores. Les podría mencionar al menos 20 aspectos
positivos, verdaderos avances éticos o culturales de esta época que nos toca:
1. Un valor importante de esta época es una mayor y más
generalizada conciencia de los derechos humanos y de la propia dignidad,
lo cual no es decir poca cosa. Durante siglos muchas personas han soportado y
tolerado que arrasaran con su dignidad y han vivido como esclavos sometidos al
capricho de sus patrones y sometiéndose servilmente a sus criterios. Es bueno
que hoy no sea tan fácil.
2. Por consiguiente, hoy nadie puede imponer ideas;
tiene que ser coherente y mostrar la razonabilidad, la conveniencia o la belleza
de sus propuestas. Esto plantea mayores exigencias a todos y exige que todos
sin excepción se abran al diálogo constructivo si quieren ser escuchados y
respetados.
3. El progreso en las comunicaciones ha hecho que la gente
esté mucho más informada. Ya no se la engaña tan fácilmente, y hoy
generalmente es posible conocer distintas versiones de los hechos. El acceso al
conocimiento se ve facilitado por impresionantes avances
técnicos que con el paso del tiempo se vuelven accesibles a sectores
más amplios de la población.
4. Al mismo tiempo se valora mucho la igualdad y
se rechazan la pretensión de mantener privilegios y pretensiones de
nobleza o de clase. Por eso mismo se reacciona con mayor fuerza ante las
injusticias. Se constata una mayor igualdad entre varón y mujer; las mujeres
van conquistando espacios que antes no tenían y su lugar es más respetado.
Se percibe mayor tolerancia con el diferente y
menos expresiones de discriminación, que generalmente es mal vista.
5. También hay mayor espacio para poder manifestarse
como uno es, libertad que se expresa aun en detalles, como el modo de vestir,
la música que se escucha, etc.
6. La convivencia social más sincera, porque las
personas en general se han vuelto másespontáneas. Hay menos estructuras rígidas
y mayor confianza entre la gente para expresar las cosas; no sólo las propias
ideas, sino también los sentimientos, estados de ánimo, dificultades
interiores. Hay más sencillez en el trato, menos respeto de las distancias, menos
formulismos, y más capacidad para preguntar, cuestionar, interpelar. Si bien
esto puede degenerar en faltas de respeto y de delicadeza, siempre es mejor que
unas relaciones humanas distantes y un sometimiento servil.
7. El fútbol, los grandes festivales y otras manifestaciones
masivas (festejos del Bicentenario) no se han debilitado en una
posmodernidad que tiende a privatizar todo, y estas experiencias populares
ponen en contacto a las personas entre sí, unidas por pasiones comunes, y así
son también un cierto contrapeso al individualismo.
8. La solidaridad, aunque no siempre se la ejercite, es
vista como un gran valor. Si en otra época un sacerdote se dedicaba a los
pobres o hablaba de derechos humanos, era mirado con cierta
sospecha o desconfianza. Hoy es más bien respetado o valorado por
ello. La Madre Teresa de Calcuta se ha convertido en un símbolo
indiscutible. Es más, hasta los sectores políticos de derecha hoy
descubren la necesidad de hablar de la situación de los pobres en sus
discursos, porque temen ser identificados como defensores de los derechos de
los ricos. Además, surgen permanentemente nuevas organizaciones o asociaciones
para defender algún derecho relegado o para promover y rescatar algún valor
injustamente descuidado. Esto, más allá de los problemas que pueda ocasionar,
es innegablemente un importante progreso humano.
9. Se ha generalizado más el aprecio por la paz, el
rechazo de la guerra y de la violencia, reconociendo también que hay diversas
formas de violencia. Fenómenos como la violencia familiar, el abuso de menores,
el maltrato de la mujer, que siempre han existido, hoy salen mucho más a la luz
y son públicamente denunciados y reprobados.
10. Lo que a veces llamamos frivolidad puede ser en el fondo
ganas de vivir, deseos de disfrutar y experimentar lo que este mundo
ofrece, gratitud por la existencia, y un poco de ilusión que ayuda a seguir
adelante y a no caer en las garras de la tristeza y el desánimo.
11. Junto con el avance de las drogas y adicciones, cabe
reconocer que hay un mayor respeto hacia la propia vida, un mejor cuidado
de la salud y un trato más delicado consigo mismo. Así se ha debilitado un
cierto desprecio hacia el propio cuerpo y un descuido de la salud que
caracterizaban sobre todo a gente del campo o de menores condiciones
económicas. Mucha gente hoy selecciona mejor lo que come, trata de hacer
gimnasia o de caminar, etc.
12. El arte se cotiza mucho más. Se valora más la
tarea de los artesanos, pintores y poetas, que antes eran vistos como seres
ociosos, afeminados o extraños.
13. Hay más deseos de desarrollar los propios talentos,
más preocupación por trabajar en lo que uno le gusta y donde uno puede aportar
algo original. También, en el mundo en que vivimos, aunque muchas veces es
cruel, hay mayores exigencias para buscar la excelencia y mantenerse
al día, lo cual no deja de ser un estímulo para el desarrollo personal.
14. Al mismo tiempo, hay un mayor reconocimiento de los
límites del ser humano y de lo relativo de las propias ideas y elecciones.
Se toma conciencia deque la realidad nos supera por todas partes, se reconoce
la propia fragilidad y –en la población en general– hay mucha menos ilusión de
omnipotencia.
15. Crece la conciencia de que el mundo es un lugar que
hay que cuidar con responsabilidad. Parecía que todos estaban encerrados
con sus computadoras, pero en realidad la gente sale mucho a buscar contacto
con la naturaleza. También hay más sensibilidad ante las demás creaturas que se
refleja en el gusto por los programas de TV dedicados a los animales, las
plantas o la geografía, permitiendo así muchas veces que el sexo no sea lo
único que llame la atención.
16. Hay menos prejuicios racionalistas y más apertura
hacia lo religioso, una mayor búsqueda de experiencias espirituales o una
particular nostalgia de la oración. Aunque esto implique notas de
individualismo y desprecio hacia las instituciones, la religión es más vivida
como una búsqueda personal que como la aceptación de normas y ritos impuestos
desde afuera.
17. La globalización ha permitido que ningún lugar del mundo
nos resulte extraño o lejano, que tengamos mayor conciencia del mundo en
que vivimos, mucho más amplio y variado que el lugar donde estamos.
18. Sin embargo, esto no ha provocado la temida disolución
de las riquezas locales. Al contrario, quizás por la posibilidad de una mayor
comparación, se está desarrollando una nueva valoración de las culturas
locales y de las tradiciones populares, que poco tiempo atrás eran vistas por
muchos como algo antiguo, atrasado o caduco.
19. Las inmensas posibilidades de conocimiento y de
experiencias variadas, junto con la impresionante apertura al mundo entero que
se ofrecen hoy al sujeto hipercomunicado, invitan a ir creando poco a poco
una nueva síntesis cargada de riqueza. Felizmente, Argentina tiene
una larga tradición de apertura al mundo y de esfuerzo por integrar aportes
diversos sin renunciar a su identidad.
Todo esto indica innegablemente que, más allá de lo
económico, en nuestra época se ha elevado la calidad de vida de la
población en general, y que las personas viven con mayor dignidad en muchos
sentidos.
Hay indudablemente muchos riesgos de individualismo y
de relativismo, pero todo lo que hemos señalado constituye un verdadero avance
que hay que saber valorar. No hemos pasado del blanco al negro, el tiempo
pasado no era mejor en todo sentido, y hay nuevos puntos de partida que
deberían permitir que, con el paso del tiempo, logremos una nueva síntesis
superadora que cure las debilidades del presente y rescate mejor los
valores perennes del pasado.
Autoestima e identidad integrada al mundo
Avancemos ahora en algunas consideraciones más
específicamente argentinas.
Ciertas mentes dualistas parecen pensar que el mundo
desarrollado es pura bondad o racionalidad y que Argentina es pura decadencia.
Por eso pretenden reconstruir el país comenzando absolutamente de cero, como si
en la cultura nacional no pudiera encontrarse ningún punto de
partida para esa reconstrucción, o como si el pasado y el presente sólo fueran
una degradación despreciable. Es una forma irracional y sutil de afirmar que la
solución estaría en matar a todos y traer ingleses o alemanes a poblar nuestro
suelo. Pero con esa baja autoestima nacional es imposible crear algo nuevo. La
actual crisis internacional está mostrando que en los países que admirábamos no
todo es racionalidad y perfección.
En otros sectores de la población sobreviven formas
chauvinistas y cerradas de concebir la vida, desconfiando de los vecinos o
creyendo que es posible crecer aislándose del resto del mundo.
Como siempre, la verdad está en un sano equilibrio que
permita alimentar el amor a nosotros mismos y al mismo tiempo una enriquecedora
apertura. Nos detendremos en esta doble polaridad.
En realidad la autoestima de los argentinos es muy
fluctuante. Fácilmente pasamos de creernos diferentes, especiales, únicos, a
decir que de este país no se puede esperar nada. En esto tiene mucho que ver la
inmigración italiana,
Un amigo que trabaja en Chile, me manifestó su admiración
por la responsabilidad, el orden y la contracción al trabajo de los chilenos.
Inevitablemente surgió la comparación con nuestro país, y mi amigo lanzó su
teoría sobre la causa de muchos defectos argentinos: “Acá hay demasiado
italiano”, me dijo. Volví a escuchar varias veces esta supuesta explicación de
nuestros males.
Es cierto que la impresionante inmigración italiana marcó
profundamente la identidad nacional. Los políticos esperaban que el país se
llenara de anglosajones, y llegó un flujo imparable de tanos ansiosos. Eso
acentuó todavía más nuestro espíritu dramático, fatalista, quejoso, impaciente,
ciclotímico, algo melancólico, y no siempre dado al orden y a la
racionalidad. Pero también es innegable que este flujo humano insufló en la
cultura argentina una nueva fuente de vitalidad, creatividad e inspiración. Así
lo muestran algunos apellidos que, en distintos ámbitos y niveles, reflejan el
ingenio argentino: Soldi, Fangio, Berni, Storni, Bocca, Cassano, Sabato,
Cadicamo, Piazzola, Favaloro, Batistuta, Landriscina, Discepolo, etc.
La vena italiana penetró nuestra identidad nacional. Es algo
análogo a lo que sucedió con los negros en Brasil. Si allí hasta los
descendientes de flemáticos alemanes se contagiaron del ritmo de los negros, en
nuestro país, después de la inmigración italiana, ni los españoles ni los
criollos son los mismos. Los “tanos” no trajeron sólo la pasta y la pizza.
Aportaron también pasión y entusiasmo, el culto a la amistad y unos cuantos
valores que hoy nos caracterizan. Por otra parte, gracias al esfuerzo y al
entusiasmo de muchos italianos ilusionados, una gran parte de nuestros campos
dejaron de ser monte o desierto y se convirtieron en fuente de riqueza.
La inmigración italiana ha reforzado el hecho cultural de
que las inquietudes y alegrías de los argentinos están particularmente ligadas
a dos grandes ejes: la familia y el trabajo. Así lo confirman recientes
encuestas.[1] Veamos:
Con respecto a las cosas más negativas, dolorosas o
problemáticas de la vida, sólo dos cuestiones tienen un fuerte consenso en
nuestro país: el 42% menciona la enfermedad o muerte de un ser querido, y el
51% problemas económicos o de empleo (23% problemas de empleo y 18% problemas
económicos en general). Aquí se advierte claramente que las dos grandes
preocupaciones de los argentinos tienen que ver con la familia o con el
trabajo.[2]
Además, nuestros males no comenzaron con la inmigración
italiana, sino bastante antes. Marcos Aguinis, entre otros, propone una
explicación distinta de nuestros mayores defectos: “Así pensaban los hidalgos,
y así siguieron pensando generaciones de descendientes; la viveza tiene un
lamentable carácter estructural”.[3]
En síntesis: si la inmigración italiana pudo haber reforzado
algunos aspectos negativos, propios de las culturas latinas, ya presentes en
nuestra idiosincrasia, también es cierto que ha enriquecido nuestro substrato
cultural, agregándole valiosas posibilidades de desarrollo artístico e
intelectual. Esas posibilidades están también presentes entre las brasas que
hoy podríamos avivar.
Pero esta vena dramática hace que se haya vuelto frecuente
culparnos a nosotros mismos de nuestros males. Esto, que sería saludable si se
tratara de una adecuada autocrítica, se convierte en una especie de boumerang,
porque tanto los sentimientos de culpa como el resentimiento con los
compatriotas no permiten producir movimientos esperanzados y activos de cambio
social. Todo lo contrario.
Por eso, más bien hay que recordar que las causas de nuestra
crisis son complejas y múltiples. Ni los argentinos somos una porquería
absoluta, ni los poderes económicos mundiales son ángeles benefactores o
generosos amigos.
Tampoco conviene creer que el desarrollo moral ofrecerá
todos los recursos necesarios para el progreso. La solución de los problemas
económicos también está relacionada con los factores externos, requiere cambios
estructurales que superan la buena voluntad de los individuos y supone una
buena cuota de habilidad, organización, previsión, capacidad, capacitación y
astucia.
En España, en Italia y en Estados Unidos, por citar tres
ejemplos, hubo en las últimas décadas hechos de corrupción notables, algunos de
ellos en las penumbras, como los negociados internacionales de la familia Bush
en conexión con la invasión a Irak. Además, no muchos norteamericanos parecen
realmente interesados en enjuiciar a Bush, porque otorgan prioridad a los
“intereses nacionales”. No vaya a ser que lo que se descubra perjudique la
estabilidad económica de los Estados Unidos.
Por lo que conozco de España y de Italia, hay un grado
importante de corrupción estructural, instalada en diversos estratos de la
población. Me consta, por ejemplo, que en varias ciudades italianas la policía
cobra una cuota de contribución para garantizar la “protección” de un
lugar, que de otro modo se convertiría en zona liberada. También hay españoles
que estudian con becas en diversas ciudades de Europa, pero viajan mensualmente
a España para cobrar el “paro”. Y no ignoremos que los gobiernos de Italia y de
España han evitado tomar determinadas medidas irritantes para la población para
no afectar sus intereses electorales.
De hecho, no tenemos los problemas de terrorismo que sufren
otros países como Rusia o Israel; no tenemos los índices de violencia familiar
de España, ni el alcoholismo de Alemania, ni el 40% de obesidad y la mentalidad
imperialista de Estados Unidos, o la guerrilla y el narcotráfico de Colombia,
el racismo de Austria, o la polarización política de Venezuela; ni tenemos la
proporción de suicidios de Japón o de Corea, ni la desproporción en los
ingresos de la población de Brasil, ni el envejecimiento demográfico de Europa
occidental, ni los conflictos étnicos y religiosos de los Balcanes, etc.
Tenemos algo de todo eso, pero ciertamente en menor grado. Y tenemos otros
problemas, pero tampoco podemos decir que seamos los únicos en detentar los
defectos que poseemos. La verdad es que los compartimos con muchos otros
países.
Esto de ninguna manera es un consuelo, pero es una
invitación a sacudirse la negatividad para poner el punto de partida
adecuado. Sólo puede lograrse algo nuevo a partir del reconocimiento humilde y
gozoso de nuestros valores, nuestros logros positivos, nuestras capacidades que
tenemos que cuidar y explotar, junto con una sabia autocrítica que nos
involucre personalmente y nos estimule al cambio. Ese punto de partida deja
espacio a la alegría en medio de tantos males. De otro modo nos sucederá lo que
le ocurre a un joven cuando sólo le indican sus errores y sus miserias. Por más
vanidoso que parezca, apabullándolo con acusaciones sólo favoreceremos su
tristeza interior y su parálisis.
Cuando todo es completamente negro, nadie tiene ganas de
enfrentar la tarea demasiado ardua de comenzar de cero. Simplemente se
convierte en un melancólico que arrastra su inevitable miseria. O bien se
siente parte de un pequeño grupo de puros y perfectos, criticando a la sociedad
desde afuera, y sosteniendo que ya no se puede hacer nada. Es el mejor modo de
justificar la inercia cómoda, tristona y antisocial.
Lo más inteligente sería adquirir una visión serena de los
valores y de los antivalores presentes en nuestra cultura, para percibir
objetivamente dónde estamos parados e iniciar un camino realista de
reconstrucción nacional. Porque sólo es posible un desarrollo auténtico y
perdurable si se produce desde las potencialidades de la propia
cultura, liberándola de sus lastres negativos y aprovechando sus posibilidades
y rasgos positivos.
A partir del propio substrato cultural podrían brotar y
desarrollarse valores que contrarresten la crisis moral. Porque la lucha contra
los antivalores sólo es eficiente si se la lleva adelante desarrollando
valores. Con el florecimiento de valores propios, la cultura nacional se
volverá capaz de fagocitar y transformar las fuerzas inmorales que tienden a
destruirla.
Esto supone una valoración positiva de la cultura popular.
Porque el ser humano no existe como algo aislado y puro, sino siempre realizado
concretamente en una cultura determinada. Si esto es así, sólo hay educación o
crecimiento posible si no procura a partir de la cultura de la población.
En nuestro país es común mirar hacia América del Norte o
Europa pensando que cuando seamos como ellos entonces sí podremos progresar, lo
cual es imposible por dos motivos:
a) Primero, porque sabemos bien que si todos
consumiéramos como los habitantes de Estados Unidos, el mundo no sólo no podría
abastecer tal nivel de derroche, sino que ni siquiera podría llegar a contener
los residuos. Los estudios sobre las consecuencias ecológicas de tal consumo,
muestran que sería insostenible generalizarlo. Por eso, el supuesto progreso
que hubo en ciertos países subdesarrollados sólo consiste en que han aumentado
notablemente las posibilidades de consumo para un sector reducido de
la población, un escaso porcentaje que se acercó más al nivel de los países
desarrollados. Este tipo de progreso en los pueblos pobres es aceptable para
los países más desarrollados, porque les permite mantener a largo
plazo su propio nivel de consumo.
b) En segundo lugar, porque alguien puede desarrollarse
de una manera sana y feliz sólo si lo hace desde su identidad propia. Por lo
tanto, sólo puede promoverse adecuadamente a un pobre si no se lo mutila en su
modo peculiar de ser y de mirar la vida. De otra manera, terminaremos creando
gente triste, agresiva, desequilibrada, siempre insatisfecha. Nos limitaríamos
a ser una copia de mala calidad de lo que pueden ser otros países, pero con una
profunda tristeza que brota de la autonegación.
El pobre evidentemente no está en contra del progreso, pero
es importante estar atento a la idea de progreso de la cultura popular, que es
más humanista que la de la cultura moderna de los desarrollados. Esta se
orienta de hecho al beneficio de los que tienen poder, de los que necesitan crear
una especie de paraíso eterno en la tierra.
Todo esto nos invita a revisar nuestra noción de tolerancia;
porque la tolerancia y el pluralismo no se dan sólo entre personas de un mismo
sector social y cultural, sino entre diferentes. Implica entonces que el
porteño deberá respetar al coya en sus opciones, en su estilo de vida, en su
modo propio de ser feliz y de ver las cosas, sin pretender imponer dentro del
país una forma atroz y arrasadora de “globalización”. Pero aún en un reducido
espacio geográfico, como el del gran Buenos Aires, hay subculturas que deben
ser respetadas en sus peculiaridades positivas.
La intolerancia ante la cultura de otros sectores sociales
es muy frecuente en los intelectuales que sólo destacan los aspectos débiles de
la cultura popular, lo cual es una verdadera forma de violencia, tan atroz como
la de las armas o la de la explotación económica.
Por otra parte, más que pretender cambiar a los otros, el
aporte de cada uno debe situarse en el contexto del “intercambio”, ya que todos
pueden enriquecernos y proponernos nuevos desafíos con su modo de ver las
cosas, con su perspectiva, con su experiencia, con su sola existencia. Cuando
alguien se sitúa unilateralmente en la posición del educador o del salvador,
posee evidentemente pocas posibilidades de éxito y se expone al desprecio del
otro, que tiene derecho a protegerse de eventuales imposiciones y de diversas
formas de dominación cultural.
Esto sucede cuando los portavoces de la clase media se
vuelven meros acusadores, incapaces de ponerse en el lugar de los otros, de
respetar su historia y sus angustias; o cuando generalizan indebidamente,
acusando a todos los pobres de los mismos vicios; o cuando pretenden dividir a
la población en diversos estamentos donde no todos tienen los mismos derechos a
opinar y a decidir. Entonces se alimentan las dialécticas sociales que no le
aportan nada al país y que no educan a nadie. Al contrario, llevan a que los
diversos sectores se radicalicen en sus opciones, se vuelvan parciales, y
terminen justificando y acentuando sus puntos débiles.
En este sentido, los intelectuales muchas veces no son sólo
víctimas de la incomprensión y de la ignorancia ajena; también, con buenas
intenciones, suelen fallar en sus estrategias. Quizás defienden determinados valores
–como la apertura, la tolerancia, el respeto– en teoría, pero los
descuidan en la práctica concreta. Pensemos en Borges, tratando de “caballeros”
a nuestros militares, o felicitando a Pinochet, y al mismo tiempo tratando de
ignorante e inculta a la población civil.
En esta línea, algunos no comprendieron por qué en la
primera manifestación por las víctimas de Cromagnon, los pobres rechazaron y
expulsaron al señor Blumberg. Hay que recordar que él cometió un error –quizás
involuntario, pero difícil de reparar–pretendiendo establecer categorías de
víctimas, y distinguiendo los derechos de su hijo de los derechos
–supuestamente menores– de otros secuestrados que eran drogadictos o tenían
determinados defectos. Por consiguiente, tanto los pobres como los jóvenes que
se sintieron identificados con esta “clase de gente” que Blumberg mencionaba,
entendieron que él no los valoraba como personas con plenos derechos. Por
eso consideraron una incoherencia su presencia entre ellos.
La cultura popular aporta a la mayoría de los ciudadanos una
memoria social y un sentido de pertenencia, donde hay que reconocer el valor de
los símbolos populares que cohesionan. La unidad nacional no está sostenida
sólo por las ideas de los intelectuales, sino también por determinadas referencias
culturales: musicales, arquitectónicas, artísticas, lingüísticas, culinarias,
incluso religiosas, que son parte de la historia y del substrato cultural que
nos identifica. El sentido comunitario necesita estas referencias comunes, que
en nuestra cultura nacional siguen siendo útiles para transmitir valores.[4] De otra
manera, no habrá comunidad nacional sino simple coexistencia de grupos diversos
con sus propios intereses. Si no hay cierta identidad cultural que cohesione a
la mayor parte de la población, tampoco será fácil alimentar un espontáneo
deseo del interés nacional. Sin lazos culturales fácilmente desaparece el
sentido de lo común, con todos los graves riesgos que esto entraña, ya que sólo
quedan sectores que compiten y que eventualmentenegocian para poder
sobrevivir. Eso no es estrictamente un proyecto común.
Por eso, también en nuestro país se vuelve necesario un
verdadero “pacto cultural”, un acuerdo de respeto, tolerancia y diálogo entre
los diferentes que siente las bases para un pacto político. Ni siquiera el
“pacto moral” que algunos proponen es suficiente, porque sólo un pacto cultural
–donde cada uno reconoce al otro como otro– puede crear una trasfondo estable y
profundo para cualquier otra forma de respeto y reconocimiento mutuo.
La necesidad de llamar la atención
Siempre que en nuestra tierra se habla y se escribe sobre
los argentinos, se hace referencia a lo que los demás piensan de nosotros, a la
mala imagen que damos ante el mundo. ¿Pero interesa tanto lo que piensen de
nosotros? ¿Trataremos de ser mejores para que el mundo nos admire? ¿No será más
sano liberarnos de ese espejo internacional y tratar de crecer por dignidad,
por respeto hacia nosotros mismos, por amor a la verdad y a la belleza?
Si nos situamos a nosotros mismos como argentinos, esto se
traslada a nuestra imagen en el exterior. La necesidad imperiosa de ganar un
mundial de fútbol tiene mucho que ver con este deseo de estar en la boca de los
demás. Por eso, cuando salimos del país, si los demás no mencionan las
grandezas de la Argentina, nosotros nos encargamos de destacarlas.
Si la Argentina está en crisis, gozamos al menos porque estamos en la
boca de los extranjeros; y si no es así, nos encanta hablar de nosotros mismos,
hasta el punto que cansamos a los otros. No se nos ocurre pensar que a los
demás no les agrada estar pendientes de nosotros, y que tienen sus propios
intereses.
Sería bueno que pudiéramos cambiar nuestra necesidad de
sobresalir por el amor a la excelencia, de modo que pusiéramos lo mejor de
nosotros para construir algo valioso. Se trata de pasar de la imagen que nos
gustaría dar a descubrir qué podemos llegar a ser en realidad. Nuestra relación
con el resto del mundo podría ser un saludable intercambio, donde nos alegremos
recibiendo lo que los demás nos puedan aportar y gocemos también aportándoles
algo bueno que hayamos construido. Detengamos en este asunto para comprenderlo
con mayor profundidad.
En nosotros conviven dos cosas: por una parte, la
inclinación a mirar demasiado para afuera (para copiar o para buscar
aprobación); por otra parte, un nacionalismo chauvinista, vanidoso y cerrado.
En realidad son dos expresiones del mismo narcisismo que nos lleva a hablar
demasiado de nosotros mismos, sea para ensalzarnos, sea para autodespreciarnos.
Todavía no hemos logrado una síntesis adecuada que conjugue un sano amor propio
con la necesaria apertura.
Ante todo digamos que no se puede ser auténticamente universal
sino desde el amor a la tierra, al lugar, a la gente y a la cultura donde uno
está inserto. No hay auténtico diálogo si uno no tiene una clara identidad
personal, porque nadie dialoga de verdad con otro si sólo le muestra una
máscara, una apariencia; y tampoco puede hacerlo si no tiene algo
verdaderamente propio, si su conciencia es sólo un sincretismo de ideas y
experiencias que acoge indiscriminadamente. ¿Alguien sin identidad puede
ofrecer a otro algo verdaderamente “personal”?
Lo mismo sucede cuando una persona no está arraigada en una
cultura, en un lugar, cuando desconoce la misma tierra concreta que está
pisando: ¿Desde dónde puede percibir los ricos matices de las variadas
culturas, desde dónde puede acoger al diferente, desde donde puede pensar la
diversidad?
Además, nada puede ofrecerle a este mundo inmenso alguien
que no conoce ni valora a fondo el lugar que lo ha alimentado, alguien que no
se dejó enriquecer por el lugar donde vivió la mayor parte de sus días.
Reconociendo esta riqueza de la variedad de miradas
particulares, hay que advertir el riesgo de un “culto de lo global como unidad
en la identidad, que propicia un universalismo reductor, integra por exclusión,
absorción o violencia, y nivela confundiendo unidad con uniformidad. La integración
de los aportes universales debería hacerse siempre desde la riqueza de la
propia identidad. No es la superficialidad de quien no es capaz de penetrar al
fondo de su propia patria, o por un resentimiento no resuelto ante la cultura
de su propio pueblo.
Pero vale también lo contrario: no se puede ser
adecuadamente local sino desde una sincera y amable apertura a lo universal.
Así, la vida local deja de ser auténticamente receptiva, ya no se deja
completar por el otro; por lo tanto, se limita en sus posibilidades de
desarrollo, se vuelve estática y se enferma. Porque en realidad toda
cultura sana es abierta y acogedora por naturaleza. Reconozcamos que
mientras menos amplitud tenga una persona en su mente y en su corazón, menos
podrá interpretar la realidad cercana donde está inmersa. Sin la relación y el
contraste con el diferente es difícil percibirse clara y completamente a sí
mismo y a la propia tierra, porque las demás culturas no son enemigos de los
cuales hay que preservarse, sino que son otros tantos reflejos de la riqueza
inagotable de la vida humana. Mirándose a sí mismo con el punto de referencia
del otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las peculiaridades de
su persona y de su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y sus límites.
En realidad, una sana apertura, que
acoja los aportes de las otras culturas, nunca atenta contra la propia
identidad. ¿Por qué? Porque al enriquecerse con elementos provenientes de otros
lugares, una cultura viva no realiza una simple copia o una mera repetición,
sino que integra las novedades “a su modo”. Esto provoca el nacimiento de
una nueva síntesis que finalmente beneficia a todos.
Esta dinámica debería vivirse ante todo en un proceso de
integración con los pueblos latinoamericanos, especialmente con los de la
región, para dejar de mirarlos como competidores y finalmente convertirnos en
socios y hermanos. Teniendo tanto en común con ellos, y al mismo tiempo tanta
riqueza que recoger de ellos, se vuelve imperiosa una creciente integración cultural
que acompañe un proceso de integración económica.
Cuando viajamos a Europa o a Asia, y vemos que confunden a
Buenos Aires con Río de Janeiro, adquirimos conciencia de que, dentro del
concierto mundial, estamos muy cerca de nuestros vecinos. Si tomamos cierta
distancia y nos ubicamos en el contexto del mundo entero, entonces sentimos que
Pablo Neruda o Mario Benedetti son muy nuestros. Por eso lo mejor para nosotros
es abrirnos al mundo desde América Latina, ya que esa sería una integración que
nos permitiría preservar y alimentar nuestras raíces culturales, abrirnos al
otro sin dejar de ser nosotros mismos.
En realidad, sólo es posible una adecuada y auténtica
apertura al lejano si uno es capaz de abrirse al vecino. La integración
cultural, económica y política con los pueblos vecinos debería estar acompañada
por un proceso educativo que promueva el valor del amor al vecino, que es un
primer ejercicio indispensable para lograr una sana integración universal.
El estado de ánimo
Detengámonos un poco en la vida emotiva de los argentinos.
Suele decirse que en general tenemos una tendencia a la tristeza, o al menos a
la melancolía. Siendo descendientes de gauchos que perdieron su libertad o de
inmigrantes nostálgicos, nuestras expresiones artísticas, nuestra música, y
nuestro modo de ser cotidiano, están generalmente teñidos de sombra. No faltan
la fiesta, la jarana, la picardía. Pero el tono general y cotidiano lleva una
mueca tristona en la mayoría de los rostros callejeros.
No vale la pena avergonzarse de esa marca cultural, porque
también ha sido la fuente oculta y fecunda de mucha creatividad, de cierta
profundidad y seriedad que aflora particularmente en los genios de nuestro
pueblo. Un signo de ello podría ser el rostro de Atahualpa Yupanqui, o el de Ernesto
Sabato.
De todos modos no podemos ignorar que la tristeza y la
melancolía han crecido. No sólo por los acontecimientos nacionales de los
últimos años, sino también debido a las características de esta época
posmoderna que nos condiciona igual que a los demás. La ansiedad generada por
los ídolos del tener, del placer y del aparecer, nos ha vuelto tan insaciables
e inquietos por dentro, que ya no podemos detenernos a disfrutar profundamente
de nada. Aun el contacto con la naturaleza nos provoca un escozor que nos lleva
inmediatamente a buscar algo que hacer o que comprar.
Las múltiples ofertas del mercado entristecen a los pobres
que no pueden acceder a ellas, o los estimulan a robar para alcanzarlas, y a
los miembros de la clase media les exige una tensión permanente para mantenerse
a la altura.
Es necesario reconocer que en nuestro país la ansiedad ha
aumentado en las últimas décadas, y con ella se ha generado una reducción del
gusto por la vida y una generalizada sensación de insatisfacción. Pero las notas
de la cultura globalizada actual han acentuado el lado más negro de esta
inclinación y han profundizado la típica ansiedad argentina, que ya no es sólo
porteña sino que ha penetrado a la clase media en todo el país.
La obsesión por comprar y consumir nos vuelve a todos más
individualistas y más tristes, pero también nos recorta la mirada y nos
encierra en un sector reducido de la realidad y del placer. Se trata de una
tiranía del presente que se traduce en una “atrofia de la imaginación y por lo
tanto del deseo.
La tristeza propia de la insatisfacción tiene que ver
también con una mirada negra –¿dramática?– sobre la realidad. ¿Pero se puede
disfrutar de la vida si uno está permanentemente pendiente de las cosas
negativas y de los errores ajenos?
A los argentinos nos describen como quejosos, negativos, a
veces insoportables, cercanos a la intolerancia. Cuando por todas partes nos
definen así, tendremos que sentarnos a pensar que posiblemente tengan razón.
Nosotros lo disfrazamos de “sentido de justicia”. Lo es,
pero sólo en parte. Recordemos que cuando una virtud se degenera se convierte
en un vicio. Algo bueno, pero fuera de lugar, se vuelve desagradable.
Pero éste, como todos nuestros rasgos culturales, es
ambiguo. Puede convertirse en la fuente de auténticos valores que nos
dignifiquen con un tono que nos caracterice. El problema es que, siendo
apasionados, suele faltarnos la adecuada e indispensable proporción. Una cosa
es enfurecerse por una injusticia social grave que no es debidamente castigada.
Pero otra cosa es perder los cabales y reaccionar con violencia por una puerta
que se golpea, o tratar de inservible a un mozo porque le falta sal
a la comida.
Esta desproporción es ciertamente una desagradable
característica de buena parte de nuestra población, particularmente en los
núcleos urbanos de la región pampeana.
Cuando salimos de viaje nos convertimos en jueces
implacables, sin darnos cuenta que la obsesión por la perfección de los
servicios nos arruina nuestro propio descanso. El presidente de una compañía
aérea extranjera me lo dijo sin vueltas: “No hay pasajeros más insoportables
que los argentinos. Como consideran que el servicio nunca es perfecto, entonces
se sienten con el derecho de hacer lo que quieran y de transgredir todas las
normas”. Fuman donde no se debe, caminan cuando deben estar con los cinturones
ajustados, etc. Y si les llaman la atención también se quejan.
¿Cuál es la causa de nuestra intolerancia?. Creo firmemente
que se debe a que tenemos el vicio de pretender disfrutar de todo sin tener que
pagar. Por consiguiente, cuando pagamos por un servicio, exigimos que sea
completamente incuestionable y que nos brinde una felicidad celestial. No
admitimos error alguno. Nuestra crítica puede ser aguda y certera, pero es
también intolerante, agresiva, parcial e irritante.
Lo que vuelve más desagradable todavía esta
costumbre nuestra, es que ese mismo empleado público ineficiente, que se mueve
con gran parsimonia y sin ganas de trabajar, luego se vuelve insoportable
cuando los demás se mueven de la misma manera y eso afecta sus intereses
personales.
El complejo de víctimas nos lleva a desgastarnos en
lamentos estériles; no estimula un compromiso transformador. Porque es muy
difícil que un quejoso obre con generosidad. No es agradecido con la vida.
Entonces siempre le parece que el mundo está en deuda con él, y por eso le
cuesta enormemente renunciar a algo por otros. No puede creer que la sociedad
tenga derecho a la ofrenda de su esfuerzo generoso.
Sin embargo, más allá de los frecuentes y exagerados
lamentos, las encuestas indican que, en las últimas décadas, entre un 80 y un
90% se siente muy o bastante orgulloso de ser argentino, por encima de lo que
sucede en Francia, España o Italia, y semejante al sentido de pertenencia de
Brasil, Chile o Estados Unidos.[5] En lo
peor de la reciente crisis nacional este sentimiento no bajó del 80%. En esa
misma época, el 79% seguía creyendo que la democracia era el mejor sistema de
gobierno.[6] El
Informe sobre desarrollo humano 2005 del PNUD (cit) muestra que la mitad de los
jóvenes entre 18 y 27 años cree que su vida mejorará en el futuro cercano, y
que sólo un 12% de la población cree que estará peor que ahora. También destaca
que la expectativa positiva ha crecido notablemente desde 2002.
La desconfianza, comprensible a partir de las reiteradas
desilusiones sufridas por la población, se deposita en las instituciones
democráticas tal como han estado funcionando. Después de haber sido engañados
por los militares, que ocultaban las masacres que perpetraban en las sombras,
disfrazando su crueldad con el emblema de la “reorganización nacional” y que
nos mintieron en la guerra de Malvinas, surgió la democracia joven y feliz,
pero cargada de promesas que no se cumplieron: “con la democracia se come, se
educa, etc.” Luego nos hicieron creer que con la convertibilidad todo se resolvía.
No fue así. Después apareció la “Alianza” con una propuesta de honestidad
incumplida y también con otras promesas que pronto se vieron desmentidas. Más
recientemente sufrimos el “corralito” y el “corralón”. Es comprensible que los
argentinos no confiemos demasiado en las instituciones.
Pero es de esperar que las desilusiones sirvan también para
no depositar tanto la confianza en factores exclusivamente políticos o
coyunturales, como si un cambio de gobierno o un determinado plan económico
debieran asegurar el futuro de todos de un modo mágico y fácil. Si bien la
reforma de la política es indispensable, tampoco nos privará del empeño, el
trabajo y la creatividad que hacen falta para desarrollarse y crecer. Los que
esperaban que el retorno de la democracia resolviera por sí solo los problemas
de cada uno, confiaron excesivamente en las instituciones. Los que fantaseaban
creyendo que la convertibilidad les aseguraba el futuro y que bastaba con
colocar pesos en un banco para recibir automáticamente dólares sin esfuerzo
alguno –en lugar de planificar una inversión diversificada y realista–
confiaron excesivamente en un falso milagro. La experiencia debería enseñarnos
a mirar con cautela las ganancias demasiado fáciles y a utilizar mejor nuestra
inteligencia para invertir con astucia. De otro modo, además de quejarnos por
haber sido estafados, deberemos quejarnos también de nuestra propia cómoda
ingenuidad.
Sin embargo, quejosos y estafados, los argentinos siguen
apostando por la democracia en la medida en que ven pequeños signos de
honestidad y de recuperación. Esto significa que los apasionados y dramáticos
argentinos, cuando piensan con la mente en frío, y aun sufriendo en carne
propia las consecuencias de las malas políticas y de la corrupción, tienen confianza
en las posibilidades del país y de la democracia. La tristeza y el desencanto
están siempre entremezclados con una escondida luz de esperanza.
Es difícil describir el humor del argentino en general. Ya
nos referimos a su discreta tristeza; pero podríamos caracterizarlo ante todo
como ciclotímico, voluble o inestable. Frecuentemente los circunstanciales
estados de ánimo condicionan sus decisiones y reacciones. Sentimental y
emotivo, “pasa del grito al silencio, de la euforia a la depresión”, y en general
se muestra “inquieto, nervioso y expansivo”.[7] Pero a
veces esta energía se bloquea y se esconde detrás de una cara de vinagre. Por
eso, cuando está solo puede parecer ensimismado, melancólico, hasta resentido,
pero cuando se junta con otros en el deporte o en un festival, grita, salta,
abraza, llora. Los rockeros de otros países suelen visitar con gusto este país,
porque el fervor de nuestra gente los estimula.
En otro sentido, podemos afirmar que, junto con su
melancolía, los argentinos tienen “buen humor”, porque abundan las personas
ocurrentes. Las conversaciones cotidianas suelen estar saturadas de chistes,
bromas, dobles sentidos, ironías ingeniosas.
Este humor en realidad es parte de un estilo desenfadado que
a veces puede parecer irrespetuoso. Nuestro lenguaje informal y poco reverente
en realidad expresa un deseo de saltar las distancias, de igualar a
todos eliminando cualquier jerarquía Reconozcamos que el modo como se habla en
nuestros medios de comunicación sobre los dirigentes, incluso acerca del
presidente de la Nación, en otros países de América Latina produciría
cierto rechazo. Entre nosotros hay un desprecio espontáneo hacia toda
pretensión de jerarquización. Sería impensable en Argentina la existencia de
títulos de nobleza, o la ostentación permanente de insignias, escudos o sangre
azul. Las bromas, las burlas y la impudicia verbal echarían por tierra toda
pretensión de superioridad o de trato distintivo.
Es cierto que esto a veces raya en la violencia verbal o en
el atropello, y que expresa un deseo de igualación que suele ser fruto de
resentimientos; pero entre nosotros el humor nos sirve frecuentemente para
bajarnos el copete, para relativizar nuestras vanidades y no tomarnos tan en
serio a nosotros mismos. Cuando estamos sintiendo que somos más que los demás,
llega un amigo que nos dice “gordo”, “pelado”, “tuerto” o cabezón”. Entonces
podemos llegar a reírnos de nuestras pretensiones de grandeza.
Es tan característico este peculiar hábito nuestro de
ponerle una pizca de humor y confianza a toda relación, que en otros países
tenemos que moderarnos para no ofender la sensibilidad ajena. Cuando yo
estudiaba en Roma, utilizaba espontáneamente esos apelativos tan comunes entre
nosotros, hasta que un español me pidió que no le dijera “gordo”, y me confesó
que no entendía por qué yo utilizaba rasgos desagradables del cuerpo ajeno para
denominar a las personas.
Por otra parte, el ambiente tan formal, serio y algo frío de
algunos países nos lleva a extrañar ese cálido desenfado y esa familiar
jovialidad que hay entre nosotros.
Víctor Manuel Fernández
Rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina
Rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina
Identidad Argentina en el Bicentenario
Alí Mustafá (Universidad Nacional de San Martín, 2016)
La
memoria también rescata del olvido los recorridos de los grupos humanos que
emigraron para buscar la realización de sus anhelos, afincándose, proyectando
su propia cultura e interactuando con otras originarias y locales instaladas.
De esta forma, los inmigrantes junto con los pueblos originarios han construido
y construyen nuevas identidades.
La identidad de un pueblo reconoce y se apropia de la memoria histórica y marca una pertenencia a un determinado grupo o sociedad con la que se comparten valores, creencias, costumbres, rasgos culturales que se recrean y dinamizan con la interacción de otras.
La identidad de un pueblo reconoce y se apropia de la memoria histórica y marca una pertenencia a un determinado grupo o sociedad con la que se comparten valores, creencias, costumbres, rasgos culturales que se recrean y dinamizan con la interacción de otras.
Así
nos encontramos frente al híbrido cultural que el antropólogo Néstor García
Canclini lo define como la condición básica de yuxtaposición y comparación
interpretativo-semiótica de diferentes tradiciones de imaginería cultural”
Veamos algunos datos. Desde la etapa fundacional del estado nación se han consolidado diferentes períodos en los que los procesos migratorios fueron centrales para definir el desarrollo de nuevas formas de percibir lo nacional y construir ciudadanías. Durante la colonia para reemplazar la mano de obra indígena los europeos decidieron trasladar a América esclavos de África. Se calcula que de los 60 millones de esclavos que fueron enviados a América, sólo llegaron con vida unos 10 millones. A América del Sur arribaron a través del puerto de Buenos Aires primero, y luego de Montevideo. El destino principal fueron las ciudades del noroeste. En el censo realizado en 1778 la población de origen africano ascendía promedio al 45% aproximadamente del territorio virreinal a la que se sumaba una gran población quechua, aymara, colla, guaraní y otros pueblos originarios.
Veamos algunos datos. Desde la etapa fundacional del estado nación se han consolidado diferentes períodos en los que los procesos migratorios fueron centrales para definir el desarrollo de nuevas formas de percibir lo nacional y construir ciudadanías. Durante la colonia para reemplazar la mano de obra indígena los europeos decidieron trasladar a América esclavos de África. Se calcula que de los 60 millones de esclavos que fueron enviados a América, sólo llegaron con vida unos 10 millones. A América del Sur arribaron a través del puerto de Buenos Aires primero, y luego de Montevideo. El destino principal fueron las ciudades del noroeste. En el censo realizado en 1778 la población de origen africano ascendía promedio al 45% aproximadamente del territorio virreinal a la que se sumaba una gran población quechua, aymara, colla, guaraní y otros pueblos originarios.
Por
entonces y al momento de nuestra independencia, el actual territorio argentino
tenía una baja densidad poblacional. Esta realidad llevó a promover medidas de
desarrollo socioeconómico fomentando la inmigración como
uno de sus factores fundamentales. En 1853 ese proyecto se plasmó en la letra de la Constitución Nacional y sería el
instrumento esencial para promover la inmigración esencialmente de origen
europeo. Así la Argentina, al igual que Australia, Canadá, Brasil o Estados
Unidos, era considerado un país de inmigración, cuya sociedad ha sido
influida por el fenómeno inmigratorio masivo, que tuvo lugar a partir de
mediados del siglo XIX.
En
1870 nuestro país tenía una población de 2 millones de habitantes y fue uno de
los principales receptores de la gran corriente europea hasta 1950. El impacto
sociocultural y económico fue intenso por la cantidad de inmigrantes recibidos
y por la escasa población de nuestro territorio. Por otra parte, ya para 1920, dice la
Dra. Zulma Recchini de Lattes en La población argentina,
un poco más de la mitad de quienes habitaban la ciudad de Buenos
Aires, eran nacidos en el exterior. Recién en 1960 la población
del país ascendía a 20 millones de habitantes, gracias al aporte de las
inmigraciones provenientes de Europa, y en menor medida de Medio
Oriente. Hasta entrado los ’70 la Argentina era en América Latina el
país con mayor población de inmigrantes de procedencia europea.
En
un salto histórico llegamos a los años `90 y vemos que los flujos
migratorios vuelven a ponen en discusión nuevas fronteras, nuevas formas
interculturales de pensar el trabajo, las economías regionales, la vida
social y los procesos de ciudadanización. Aparecieron otras formas de encuentro
que no necesariamente significaron un diálogo fecundo pero que sí modifican las
relaciones de visibilidad de los inmigrantes.
En
los años `80/`90 aparece una diferenciación étnica que le otorga
relevancia política y que coloca al fenómeno migratorio como un espacio de
discusión, investigación y relevancia en el campo de los aportes del mundo de
la cultura. Esto lleva a repensar los acuerdos regionales instalados como el
Mercosur y las políticas públicas desde una perspectiva situada en la plena
garantía de los derechos sociales y culturales para todos los habitantes,
residentes y ciudadanos de la región.
LA
ARGENTINA Y LA SITUACIÓN MUNDIAL
Las
migraciones tienen un impacto cultural, social y económico porque los flujos
van en gran medida de las periferias subdesarrolladas a los centros
desarrollados en busca de una mejor calidad de vida. La
Organización Internacional de Migraciones (OIM) dice que “la emigración
proporcionará a las naciones industrializadas la mano de obra que necesitarán
en los próximos 50 años debido al envejecimiento de su población”.
En
2005, hubo 200 millones de migrantes en todo el mundo, lo que representa el 3,3
% de la población total del planeta y la OIM calcula que el número no parará de
crecer. De ellos, 51 millones se registraron en América. Estados Unidos recibió
38,3 millones mientras que América Latina y el Caribe sólo 6,6 millones de los
cuales 1,5 millón llegaron a nuestro país.
En
los últimos años el tema se reinstaló con mayor fuerza en la agenda política de
los países centrales. En EEUU los candidatos presidenciales de las últimas
elecciones, Obama y Mc Cain, prometieron una reforma migratoria para
mejorar la situación de los 12 millones de inmigrantes ilegales. Esta reforma,
que fue anunciada hace unos días por el presidente Barak Obama, permitirá a los
trabajadores inmigrantes indocumentados traer a sus familias e impedir la
explotación laboral además que podrán pagar el impuesto a las ganancias
producidas. Se espera que este ejemplo sea repetido por la Unión Europea
que como se sabe ha endurecido su política migratoria generando reacciones
fundamentalmente en MERCOSUR, y países de África del Norte.
Hoy,
apoyados en varios documentos y compromisos internacionales como el Memorando
de Entendimiento entre la Secretaría General Iberoamericana, la OIM y la CEPAL
(Montevideo, abril de 2008), los países de la región comienzan a
presentar posturas comunes y reafirmar el artículo 10° de la Declaración de
Salvador de Bahía (diciembre 2008) que dice “como representantes de sociedades
multiétnicas, multiculturales y plurilingües reafirmaron (los presidentes) el
valor de la diversidad y manifestaron su preocupación por el aumento de la
xenofobia y la discriminación en el mundo y por iniciativas tendientes a
impedir la libre circulación de personas”.
También,
“condenaron la criminalización de los flujos migratorios y las medidas que
atentan contra los derechos humanos de los grupos migrantes destacando que la
libre circulación de personas es tan importante como la circulación de bienes y
flujos financieros”.
Por
otra parte, el informe mundial de desarrollo humano “Superando Barreras” de
2009 expresa que vivimos en un mundo altamente móvil y que la capacidad de una
persona de cambiar su lugar de residencia puede impactar sobre su ingreso,
su salud y su educación y, al mismo tiempo, constituye un aspecto
fundamental de la libertad humana. También señala temores exagerados en
los países destinatarios sobre los efectos de la migración relacionados con
expresiones de intolerancia o discriminación hacia sectores de la población
migrante principalmente a las minorías afrodescendientes, comunidades indígenas
y mujeres.
Según
el estudio, en Argentina, “la crisis económica de 2001 causó un cambio radical
en el flujo migratorio. Si en los ’90 Argentina fue un imán para los
inmigrantes, de 2001 a 2003 experimentó un éxodo de 255 mil personas, casi seis
veces más que todo el período de 1993 a 2000”. En cambio, cuando En 2005 se
comenzó a superar la crisis y se retomó el camino del crecimiento y la
producción, la emigración se redujo y la Argentina recibió 1,5 millón de
inmigrantes de países limítrofes, China, Corea y en menor medida de Europa
oriental y África, erigiéndose como el principal destino de América latina y el
Caribe en el ranking del movimiento migratorio.
Finalmente,
el Informe “Superando Barreras” destaca las políticas pro-inmigración del
gobierno argentino, especialmente aquellas aplicadas a través del Mercosur. Se
señala como ejemplo de política pro-inmigratoria la legislación argentina que
habilita a cualquier ciudadano sin antecedentes delictuales de un país que
forma parte del acuerdo regional a obtener residencia legal. Vemos entonces
como el ser humano, que en las relaciones internacionales antes era tomado como
ciudadano de un estado, ahora pasa a ser sujeto de derechos y deberes en el
plano internacional.
La migración que caracteriza al mundo contemporáneo es tan compleja como los problemas que la generan, aunque el origen podemos visualizarlo en la desigualdad hacia adentro de los estados y las asimetrías socioeconómicas entre los países desarrollados y subdesarrollados.
La migración que caracteriza al mundo contemporáneo es tan compleja como los problemas que la generan, aunque el origen podemos visualizarlo en la desigualdad hacia adentro de los estados y las asimetrías socioeconómicas entre los países desarrollados y subdesarrollados.
En
estos tiempos, la Argentina vuelve a ser un país de oportunidades. De esta
manera estamos frente a una nueva conformación de la identidad regional y
nacional, influenciada por diversos factores culturales que sin duda como en
otros momentos históricos han impactado en la construcción y desarrollo de
nuevos hombres y mujeres, un híbrido cultural.
El bicentenario es una buena oportunidad para apelar a la memoria y volver a reconstruir los valores solidarios, de igualdad de oportunidades e integración que están reflejados en nuestra Constitución Nacional. Y esta en cada uno de nosotros ser los artífices de nuestro propio destino y trabajar en la construcción del relato de una identidad plural y equitativa.
El bicentenario es una buena oportunidad para apelar a la memoria y volver a reconstruir los valores solidarios, de igualdad de oportunidades e integración que están reflejados en nuestra Constitución Nacional. Y esta en cada uno de nosotros ser los artífices de nuestro propio destino y trabajar en la construcción del relato de una identidad plural y equitativa.
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Fuente: http://www.unsam.edu.ar/surglobal/identidad-argentina-en-el-bicentenario-ali-mustafa/
Carta abierta a la patria
Carta
abierta a la patria
Esta
tierra sobre los ojos, este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles, esta
noche contínua, esta distancia. Te quiero, país, tirado abajo del mar, pez
panza arriba, pobre sombra de país, lleno de vientos, de monumentos, de
esperpentos, de orgullo sin objeto, sujeto de asaltos, estúpido curdela
inofensivo puteando y sacudiendo banderitas, repartiendo escarapelas en la
lluvia, salpicando de babas y estupor canchas de fútbol y ring sides. Pobres
negros. Te estás quemando a fuego lento y donde el fuego, donde el que come los
asados y tira los huesos, malandras, cajetillas, señores y cafishios, diputados,
tilingas de apellido compuesto, gordas tejiendo a dos agujas, maestras
normales, curas, escribanos, centrofowards livianos, Fangio solo, tenientes
primeros, coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,
bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos, secretarías, subsecretarías,
jefes, contrajefes, truco, contraflor al resto.
Y
qué carajo si la casita era un sueño, si lo mataron en pelea, si usted lo ve,
lo prueba y se lo lleva, liquidación forzosa, se remata hasta lo último. Te
quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía.
Te
quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña envuelto en una bandera
que nos legó Belgrano, mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate
con su verde consuelo, lotería de pobre.
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Te
quiero, país desnudo que sueña con un smoking, vicecampeón del mundo en
cualquier cosa, en lo que salga: tercera posición, energía nuclear,
justicialismo, vacas, tango, coraje, puño, viveza y elegancia. Tan triste en lo
más hondo del grito, tan golpeado en lo mejor de la garufa, tan garifo a la
hora de la autopsia.
Pero
te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo saldrá de este sentir. Hoy
es distancia, fuga, no te metás, que vachaché, dale que va, paciencia. La
tierra, entre los dedos, la basura en los ojos, es estar triste, ser argentino
es estar lejos, y no decir mañana porque ya basta con ser flojo ahora.
Tapándome
la cara, me acuerdo de una estrella en pleno campo, me acuerdo de un amanecer
de Puna, de Tilcara de tarde, de Paraná fragante, de Tupungato arisca, de un
vuelo de flamencos quemando un horizonte de bañados.
Te
quiero país, pañuelo sucio, con sus calles cubiertas de carteles peronistas, te
quiero sin esperanzas y sin perdón, sin vuelta y sin derecho, nada más que de
lejos y amargado. Y de noche.
Julio Cortázar, 1955
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