DIARIO DE VIAJE
“Vuestras Altezas, como católicos cristianos
y Príncipes amadores de la santa fe cristiana y acrecentadores de ella, y
enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías y herejías, pensaron de
enviarme a mí, Cristóbal Colón, a las dichas partidas de India para ver a los
dichos príncipes, y los pueblos y tierras y la disposición de ellas y de todo,
y la manera que se pudiera tener para la conversión de ellas a nuestra santa
fe; y ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se acostumbra
de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no sabemos por
cierta fe que haya pasado nadie. Así que, después de haber echado fuera todos
los judíos de vuestros reinos y señoríos en el mismo mes de enero mandaron
Vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas
de India; y para ello me hicieron grandes mercedes y me ennoblecieron que dende
en adelante yo me llamase Don, y fuese Almirante Mayor de la Mar Océana y
Virrey y Gobernador perpetuo de todas las islas y tierra firme que yo
descubriese y ganase, y de aquí en adelante se descubriesen y ganasen en la Mar
Océana, y así me sucediese mi hijo mayor, y así de grado en grado para siempre
jamás.”
“…pensé de escribir todo este viaje muy
puntualmente de día en día todo lo que hiciese y viese y pasase, como adelante
se verá (…) También, Señores Príncipes, allende de escribir cada noche lo que
el día pasare, y el día lo que la noche navegare, tengo propósito de hacer
carta nueva de navegar”.
Jueves y Viernes, 11 y 12 de Octubre
“Luego se ajuntó allí mucha gente de la
isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su
primera navegación y descubrimiento de estas Indias. «Yo -dice él-, porque nos
tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y
convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de
ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al
pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron
tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los
navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos e hilo de algodón
en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas
que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo
tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era
gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y
también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi
eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien
hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos casi
como sedas de cola de caballo, y cortos: los cabellos traen por encima de las
cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. De ellos se
pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios ni negros ni blancos,
y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que
hallan, y de ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos
solos los ojos, y de ellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen,
porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con
ignorancia. No tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y
algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos
todos a una mano Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien
hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice
señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras
islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo
que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos
servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les
decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna
secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi
partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de
ninguna manera vi, salvo papagayos, en esta isla.» Todas son palabras del
Almirante”.
Sábado, 13 de octubre
“Luego que amaneció vinieron a la playa
muchos de estos hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena
estatura, gente muy hermosa: los cabellos no crespos, salvo corredios y
gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha más que
otra generación que hasta aquí haya visto, y los ojos muy hermosos y no
pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios, ni se debe
esperar otra cosa, pues está Este Oeste con la isla de Hierro, en Canaria, bajo
una línea. Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy
bien hecha. Ellos vinieron a la nao con almadías, que son hechas del pie de un
árbol, como un barco luengo, y todo de un pedazo, y labrado muy a maravilla,
según la tierra, y grandes, en que en algunas venían cuarenta o cuarenta y
cinco hombres, y otras más pequeñas, hasta haber de ellas en que venía un solo
hombre. Remaban con una pala como de hornero, y anda a maravilla; y si se le
trastorna, luego se echan todos a nadar y la enderezan y vacían con calabazas
que traen ellos. Traían ovillos de algodón hilado y papagayos y azagayas y
otras cositas que sería tedio de escribir, y todo daban por cualquier cosa que
se los diese. Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que
algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la
nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el
Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho.
Trabajé que fuesen allá, y después vi que no entendían en la ida. Determiné de
aguardar hasta mañana en la tarde y después partir para el Sudeste, que según
muchos de ellos me enseñaron decían que había tierra al Sur y al Sudoeste y al
Noroeste, y que éstas del Noroeste les venían a combatir muchas veces, y así ir
al Sudoeste a buscar el oro y piedras preciosas. Esta isla es bien grande y muy
llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy grande,
sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla; y esta gente
harto mansa, y por la gana de haber de nuestras cosas, y temiendo que no se les
ha de dar sin que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden y se echan luego
a nadar; que hasta los pedazos de las escudillas y de las tazas de vidrio rotas
rescataban hasta que vi dar dieciséis ovillos de algodón por tres ceotís de
Portugal, que es una blanca de Castilla, y en ellos habría más de una arroba de
algodón hilado. Esto defendiera y no dejara tomar a nadie, salvo que yo lo
mandara tomar todo para Vuestras Altezas si hubiera en cantidad. Aquí nace en
esta isla, mas por el poco tiempo no pude dar así del todo fe. Y también aquí
nace el oro que traen colgado a la nariz; más, por no perder tiempo quiero ir a
ver si puedo topar a la isla de Cipango.”
Del Diario de Colón, días 12, 13 y 14 de
octubre de 1492.
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